Tendemos a usar bastante alegremente la palabra “ amistad” . Con frecuencia damos el nombre de amigos a personas a las que no nos ata otro vínculo que una afición común, cierta asiduidad de trato o una vaga complicidad en las francachelas de cuadrilla. “ Amigo “ o “amiga” son unos adjetivos comodín a los que la pereza del lenguaje acude para referir relaciones diversas y muy distantes unas de otras, Por eso Joseph Pla distinguía tres categorías diferenciadas por la proximidad, la confianza y el afecto; frente a los verdaderos amigos que representaban el grado máximo de relación, el escritor ampurdanés agrupaba a los “conocidos” y, en un escalón aún mas bajo, a los simplemente “saludados”.
¿Cuántos amigos de verdad tenemos? Seguramente una gran mayoría responderíamos a esta pregunta apelando al manido lugar común; “ Los puedo contar con los dedos de una mano, y me sobran dedos”. Y es que la amistad-animal de compañía y no de rebaño, según la sabiduría clásica es bien escaso que importa mas por su calidad que por su cantidad. Quienes presumen de tener muchos amigos suelen infravalorar la auténtica amistad, convertida para ellos en una actividad de coleccionismo donde se amontonan indiscriminadamente los íntimos, los conocidos y los saludados.
Francesco Alberoni, psicólogo italiano que ha explorado a fondo en la materia ( La Amistad, ediciones Gedisa, 1996) sostiene que los vínculos de la amistad surgen a través de encuentros sucesivos, muchas veces discontinuos, que provocan “un fuerte impulso de simpatía, de interés y de afinidad”. Pero hay algo más. A diferencia del amor, la amistad exige reciprocidad, Es decir, no se puede ser amigo de quien no es a su vez amigo nuestro. Un padre o una madre aman a sus hijos incluso cuando éstos no les manifiestan el mismo sentimiento. La entrega de un amante no está condicionada forzosamente al hecho de ser correspondido por la persona que ama. Pero los vínculos amistosos descansan sobre una especie de pacto no escrito que exige lealtad por encima de todo. Cuando los amigos son leales, poco importan las pequeñas jugarretas, las diferencias de gustos o de opiniones, las discusiones o incluso las crisis temporales provocadas por la distancia o la pérdida de contacto. Pero lo que la amistad no soporta son las traiciones. Por eso la principal causa de ruptura de una amistad suele ser la revelación de un secreto compartido; es decir, el quebrantamiento de la lealtad.
La amistad, sostiene Khalil Gebran, es siempre una “dulce responsabilidad”, nunca una oportunidad. Hay amigos interesados para quienes las relaciones se justifican solamente en la medida en que obtienen provecho de ellas. Son los que llaman a horas intempestivas cuando necesitan un paño de lágrimas pero a quienes no se les encuentra en caso de necesidad inversa, los que están a bien con el amigo influyente pero se esfuman como tragados por la tierra el día en que éste deja de ostentar poder, los prestos a pedir favores pero reacios a hacerlos. Las falsas amistades mantenidas por el interés de una de las partes (junto con la paciencia o la necedad de la otra) carecen de ese requisito de simetría que se le supone a la amistad cierta. Un vínculo amistoso puede soportar las manías y las rarezas, pero difícilmente sobrevive a las embestidas del egoísmo.
Otra diferencia separa la amistad del amor; el respeto de la libertad del otro. Aunque haya casos de amigos absorbentes, el verdadero amigo no esclaviza, sino que consiente y desea que el otro sea libre, pues de ese modo experimenta otro de los ingredientes de la buena amistad; la confianza. Los mejores amigos, que exigen menos de lo que están dispuestos a dar, no pretenden que sus íntimos se asemejen a ellos, hagan sus mismas actividades o se identifiquen con las mismas ideas y opiniones acerca de las cosas. A lo que aspiran es a tener a alguien a quien poder contar lo que no contarían a nadie. Como dijo alguien, los amigos son esos extraños seres que nos preguntan como estamos y escuchan atentamente nuestra contestación. Por eso no resultan infrecuentes las amistades estrechas y perdurables entre personas muy diferentes en carácter, formación, ocupación o ideología política. Lo que en otros órdenes de la vida parecería una barrera insalvable, en la amistad puede carecer de importancia.
Se dice que el capital social de una persona ( el conjunto de amigos cercanos merecedores de tal nombre) es, por termino medio, de 7 individuos. Un estudio del año 2006 promovido por el BBVA colocaba a los españoles por encima de esta media, con 8,9 buenos amigos por persona. Quizá sea un indicador de buena disposición a las relaciones sociales. En el mismo estudio, las clases bajas y los mayores de 65 años presentaban un más bajo “ capital social” que otros grupos socio-económicos y de edad. Pero la fría estadística no mostraba cuántos sufren el infortunio de carecer de amigos, bien por efecto de la soledad, bien por misantropía, bien por carecer de habilidades sociales o afectivas para cultivar esa preciada y rara flor que es la amistad.